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Fallece nuestro querido Dr. Farzam Arbab

El pasado 25 de septiembre falleció repentinamente en Estados Unidos, el destacado e infatigable promotor del desarrollo, Dr. Farzam Arbab. Esta dolorosa pérdida llega de una forma muy cercana y conmovedora para las personas vinculadas a FUNDAR, nacida al calor de las décadas previas de trabajo por parte de nuestro querido Dr. Arbab y de otros colaboradores suyos para generar conocimiento y aprendizaje sistemático entorno a la educación y el desarrollo sostenible, creando instituciones como FUNDAEC.

Compartimos un acercamiento muy personal de Sinuhé Lozano a la figura de alguien que ha marcado tantas vidas, por su extraordinaria forma de ser, por su mente privilegiada y visionaria, y por su incansable e inspirador trabajo en pro del bien común.

«Es extremadamente difícil resumir en pocas líneas el impacto que ha tenido el Dr. Farzam Arbab en mi vida y en la de muchas otras personas que conozco. Jamás olvidaré aquella mañana primaveral del 2 de marzo de 1990 cuando, por primera vez, cayó en mis manos un artículo suyo que conectó con lo más profundo de mi mente y de mi alma.

Tenía 20 años y estudiaba ingeniería agronómica en la Universidad Politécnica de Madrid. Era un joven inquieto y activo buscando cómo contribuir al mejoramiento de la sociedad en el campo del desarrollo, durante unos años de grandes avances hacia la paz en el mundo. En Europa, el Muro de Berlín había sido derribado pocos meses antes, y vientos de esperanza y cambio alentaban una joven vida motivada por el servicio a la humanidad.

Mis planes inmediatos pasaban por dedicar tres meses de servicio voluntario durante el verano en una institución de ámbito europeo con sede en Irlanda para, de paso, mejorar el inglés. Era un plan muy atractivo. Pero no imaginaba cómo iban a cambiar los planes a partir de esa primera y conmovedora lectura de un desconocido para mí, hasta entonces, Farzam Arbab.

Sentí como si pudiese leer entre líneas y visualizar por unos breves instantes el impacto que tendría en el futuro semejante visión unificadora, compartida por el Dr. Arbab en aquel artículo, que rompía dicotomías y esquemas mentales, fundiendo el ser y el hacer, más allá del propio campo del desarrollo. Ilustrando el impacto con un símil de la ciencia, es como si hubiese encontrado en aquellas líneas un atisbo de esa escurridiza teoría del todo que integre la gravedad y la cuántica. Con total convicción, decidí que así era como quería servir el resto de la vida.

Inesperadamente, en cuestión de semanas, mis planes cambiaron repentinamente. El viaje a Irlanda fue descartado cuando fui invitado a participar, junto a otra docena de jóvenes europeos, en un viaje de varios meses a Colombia, programado para ese mismo verano por varias instituciones. En ese momento, desconocía que el propio Dr. Arbab formaba parte de una de las instituciones internacionales que alentaron dicha iniciativa.

El principal propósito del viaje era familiarizarse con la labor del Instituto Ruhi en las cercanías de Cali, y retornar con cierta formación y aprendizaje para compartirlo en Europa. Era el primer grupo de europeos que iba a visitar dicha institución que comenzaba a ganar renombre por sus enfoques en la formación y acompañamiento de comunidades enteras. La vida me ha enseñado que Dios cambia los planes cuando le place. En aquella ocasión, recibí los nuevos planes con los brazos abiertos. Irlanda me deparaba otra romántica sorpresa, pero para más adelante.

Antes de aquel viaje, para colmo, coincidió que el Dr. Arbab visitó Madrid y pude conocerle en persona y ponerle rostro y voz. Un rostro sonriente, afable. Un discurso tan limpio y cercano como sus escritos. Pero el impacto del Dr. Arbab en mí ya había comenzado aquel dos de marzo y continuó durante los meses en Colombia en contacto con las personas que habían vivido junto a él, y con las instituciones y lugares en las que él había trabajado.

Y el impacto de aquel viaje en nuestras vidas sigue resonando hasta hoy. Aquella fue la primera ocasión en la que pude visitar, además del Instituto Ruhi, el Centro Universitario de Bienestar Rural (CUBR) creado por FUNDAEC. Fue tan determinante y esclarecedor todo, como si hubiera descubierto un preciado tesoro multidimensional, para el alma y el intelecto, como un sendero práctico de servicio que te permitiera aplicar los valores y principios vitales en las diversas esferas de la vida individual y social, que estuve tentado de quedarme a vivir allí.

Sin embargo, en consulta con otra persona muy querida y significativa en mi vida, el Sr. Gustavo Correa, incansable colaborador durante décadas del Dr. Arbab, decidí volver a España y continuar los estudios de agronomía en la UPM. Desconozco cómo habría sido la vida, de haberme quedado en Colombia, pero la vocación del emprendimiento sostenible y con propósito, con todo su poder para transformar la sociedad, quizás no se habría despertado, de no haber regresado a España.

Abro un paréntesis. Más de una década después, le recriminé al Sr. Correa, medio en broma, medio en serio, que aquel verano del noventa me dio un mal consejo. Y su respuesta nos hizo reír a los dos. En años posteriores, pude disfrutar en numerosas ocasiones del refinado sentido del humor de estas dos personas tan especiales y cercanas, Farzam y Gustavo, pero siempre en el contexto de conversaciones significativas.

Un humor constructivo y lleno de amor basado en experiencias vitales, no siempre fáciles, cargadas de aprendizajes muy valiosos, que aportaban consistencia y firmeza natural, sin rigideces, en la aplicación de principios y en sus relaciones y acercamiento a otras almas, y que demostraban la confianza que el Dr. Arbab tenía en la capacidad de las personas, especialmente de los jóvenes.

Un día, Farzam bromeó cariñosamente sobre las canas de su querido Gustavo, más joven que él, haciendo referencia a ciertas dificultades vividas explorando vías para apoyar proyectos productivos en comunidades locales. Aquel diálogo entre ellos, derivó en una de las situaciones más divertidas que jamás he vivido, y todos los presentes acabamos muertos de risa, pero con un nuevo aprendizaje ganado.

Cerrando paréntesis, regresé a España, como decía, tras aquel inolvidable verano de 1990, con ideas bastante más enfocadas sobre cómo quería servir, incorporando progresivamente el emprendimiento al marco conceptual personal sobre el desarrollo y la prosperidad colectiva.

Mientras, un flujo creciente de personas comenzaba, también, a nutrirse y prepararse en un proceso apasionante edificado tras décadas de aprendizaje sistemático guiado, en gran parte, por el Dr. Arbab. Ya no sólo en Colombia y países vecinos, sino en Europa y otros rincones del mundo. Para mi sana envidia, mi propia hermana Aída, realizó sus estudios superiores en Colombia con FUNDAEC.

Resumiendo mucho, tras unos años, fui a vivir a Guinea Ecuatorial y fue creada la fundación FUNDAR. Conocí a una joven irlandesa, nos casamos en 2001 (no sé si esto ha mejorado mi nivel de inglés tanto como lo habría hecho aquel viaje cancelado a Irlanda) y, durante una segunda visita en 2002 a Colombia, se firmó un convenio con FUNDAEC para comenzar sus programas con apoyo de FUNDAR.

Tras años en Guinea Ecuatorial, donde nacieron nuestros dos hijos y donde aprendimos grandes lecciones vitales y sobre formación, desarrollo y bienestar comunitario, en contacto estrecho con los programas de FUNDAEC, con agencias de todo el mundo que también comenzaban a trabajar con ellos y, en varias ocasiones, con el propio Dr. Arbab, el Sr. Correa y su esposa, la Sra. Haleh Arbab, así como con otras personas igualmente maravillosas vinculadas a este apasionante campo de servicio, circunstancias ajenas a nuestra voluntad nos obligaron a regresar a Europa en 2009.

Desde finales de aquel año, centrados en las circunstancias nuevas que la vida nos presentaba, no volví a tener la dicha de encontrarme o de hablar con el Dr. Arbab. Pero, indudablemente, su influencia, indirectamente ahora, continuó siendo determinante. El camino de la vida, con sus curvas y cruces inesperados, siguió adelante.

Hasta el 25 de septiembre pasado, cuando, sin entender por qué, la misma sensación que me hizo vibrar aquella mañana primaveral de marzo de 1990, volvió a presentarse. Esta vez, al inicio del otoño, la estación del año en la que la vida y la muerte física se intercambian la vestidura, y abonan la tierra preparándola para que emerjan de su oscuridad nuevas realidades, en el año de una pandemia que ha sacudido el planeta.

En una reunión consultiva, el Dr. Arbab, siempre alentador, pero franco y amoroso al ayudar a corregir puntos de vista disonantes con el marco conceptual que guiaba los esfuerzos de un creciente número de almas, me recordó una vez que el romanticismo está muy bien, pero al final de las historias, no al principio. Reí, respondiendo que debemos ver el fin en el principio. Pero entendía por qué él lo decía.

Porque era necesario conocer con rigor científico, trabajar con esmero y desapego, hito tras hito, construyendo juntos sobre pequeños logros colectivos de los cuales aprender, tanto como de los reveses que ayudan a identificar limitaciones a superar, ganando capacidad para el siguiente avance. Porque no eran palabras, era una descripción de una vida entera dedicada al servicio. No era teoría, era la vida misma, un sendero por el que los individuos y las comunidades de cada pueblo y vecindario del mundo debían transitar.

Porque servir a la humanidad es un ejercicio permanente que exige refinar nuestro carácter, revisar nuestros principios y valores, sin temor a equivocarnos, pero atentos a no herir ningún corazón, ni dejar que los egos crezcan y dominen al llamado interior que cada individuo recibe al existir, para contribuir al avance de la sociedad.

Conocerse bien a uno mismo, pero olvidarse de uno mismo. Y en el inmenso legado del Dr. Arbab, uno encuentra esa capacidad y ese conocimiento que derramó copiosamente, y ese olvido de sí mismo que permitió que otros, miles y miles, florecieran. Su rigor científico estaba enraizado en una profunda y luminosa visión espiritual del ser humano y de la sociedad.

Este acercamiento tan personal a la influencia de Farzam Arbab comenzó con la visión romántica de un joven sobre el desarrollo y termina, como las historias de amor, con un final de tinte, quizás mágico, como el Macondo de Gabriel García Márquez, pero totalmente real, que me ha abrazado y refrescado el alma al conocer sobre el fallecimiento del Dr. Arbab, y que describo a continuación.

En la tarde del 25 de septiembre pasado, hacia las 20 horas de España, mientras paseaba meditando solo por un jardín precioso que tenemos en la parte posterior de nuestra casa, en el pueblo de Villamanta, vino a mi mente, intensamente, Farzam, y su hermana Haleh y Gustavo, sin ser consciente de que en esas horas su alma estaba partiendo de este mundo transitorio.

Tantos años después, así, sin entender por qué, sentí la necesidad de orar por ellos, agradeciendo a Dios por sus indispensables contribuciones al desarrollo de la civilización y, a la vez, sentí que ellos, simplemente, fueron hojas movidas por el viento de la voluntad divina. Sentí que Farzam me devolvía el saludo en la brisa que se levantó en ese momento de íntima comunión espiritual y regocijo.

Es tanto el agradecimiento y cariño que sentí y siento por ellos que, allí mismo, después de años sin contacto, decidí enviar un mensaje de whatsapp a su hermana Haleh, la esposa de Gustavo, para interesarme por ellos y recordarles cuánto quiero a su familia y cuánto impacto han tenido en nuestras vidas. Haleh respondió a los pocos minutos y me sentí feliz de recibir nuevamente el cariño de mentores tan queridos.

Todavía guardo los mensajes en el móvil. Lo que cuento, aunque narrado en lenguaje poético, sucedió así, es real. Al día siguiente, 26 de septiembre, menos de veinticuatro horas después de aquella vivencia, recibí la sorprendente y dolorosa noticia del repentino fallecimiento del Dr. Farzam Arbab, acaecida el día anterior.

No diré que descanse en paz, porque dudo que su alma descanse, sino que seguirá, de otra forma, dedicado a la misma causa de siempre. No diré adiós, porque siento que el mundo espiritual está en este mundo, también, presente. Queda su enorme legado. Celebro y agradezco la existencia de Farzam, la dicha de haberle conocido, y le abrazo, suplicando al Todopoderoso que su alma siga progresando y brillando, luminosa y generosa, como lo hizo durante su paso por este plano terrenal de la existencia.

Abrazo con cariño a su hijo Paul, a su esposa Sona, y a toda su familia que no sé dónde termina, porque son incontables las personas que lloran la pérdida de Farzam como padre, como mentor, como amigo, como compañero. Abrazo a toda la gran familia humana por la que Farzam dedicó su vida entera. Abrazo a los que sufren, porque hoy sufrimos todos esta pérdida. Abrazo a los científicos que siguen buscando la escurridiza teoría del todo, porque parece que, para Farzam, brillante físico de formación, era más urgente aliviar los sufrimientos de un mundo enfermo espiritualmente. Quizás, desde donde esté, les ayude e inspire ahora, en su búsqueda, a ellos.

Y termino recordando cómo, hace unos días, Farzam tuvo el detalle de regalarme una dulce despedida, como quien, en vez de describir la dulzura del mango, ofrece un mango a su invitado para que, por sí mismo, pruebe su dulzura y nunca la olvide. Porque el romanticismo y la poesía están muy bien, como él decía, pero al final de las historias.

Mil gracias por todo, querido Dr. Arbab. Mil gracias por creer en la capacidad de todos, especialmente de los jóvenes. Tu bella historia de dedicación inspiradora termina, en un sentido, como un fruto que cae bien maduro del árbol. Pero, si consideramos las semillas de los frutos que sembraste en miles de campos, corazones y mentes, tu historia, entonces, no ha hecho más que comenzar.»